Carlo Maria card. Martini, SJ.
Existen muchos servicios que la Compañía puede hacer a la Iglesia hoy. En el contexto del año jubilar, el cardenal jesuita Martini prioriza el servicio trascendental de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio considerados como un ‘ministerio del Espíritu’ de los cuales derivan dos tareas específicas para el obrar de los jesuitas.
Considerando las figuras de San Ignacio, San Francisco Javier y Pedro Fabro, impresiona la semejanza de su espiritualidad junto a la extrema diversidad de su trabajo apostólico. San Francisco Javier es el misionero itinerante que mira todo el mundo, que piensa en las grandes masas y en pueblos enteros, siempre en viaje a través de varios países y grandes continentes. Junto a él, la figura de Pedro Fabro aparece como envuelta en la sombra. También él viajó, pero dentro de confines más restringidos, sobre todo de Europa central, y su apostolado no consistió en la conversión de grandes masas, sino en una ayuda espiritual ofrecida a quien quería caminar seriamente por la vía del Señor y a los obispos y diócesis a través de un servicio más bien escondido. Luego San Ignacio, quien después de haber sido por largo tiempo también él peregrino, con la mirada siempre puesta en Jerusalén, estuvo recluido en sus últimos decenios en sus habitaciones de Roma, dirigiendo desde allí la naciente Compañía de Jesús.
Esto quiere decir que ya desde los orígenes de la Orden fue muy difícil definir de manera unívoca el servicio que prestaba a la Iglesia a través del apostolado de sus miembros. Hoy la diversidad de los múltiples apostolados de los jesuitas ha llegado a ser aun más grande. Tanto por la difusión planetaria de la Compañía como por su característica de ponerse instintivamente en los lugares de frontera, allí donde está naciendo algo nuevo. Por tanto, se me hace muy difícil, también a la luz de los tres santos de los que hacemos especial memoria este año 2006, responder a la pregunta: ¿Cuál es el servicio que la Compañía está llamada a entregar hoy a la Iglesia?
A esto se debe agregar el hecho de que, habiendo sido yo, en los últimos veintitrés años, arzobispo de Milán, no he podido seguir de cerca los desarrollos contemporáneos de la Compañía y el modo en que ella se ha puesto frente a la situación de la Iglesia y de la sociedad.
En todo caso, no han faltado en estos últimos tiempos los intentos de expresar en breves palabras y fórmulas las prioridades de la Compañía hoy. Al inicio de su pontificado, Pablo VI nos llamó a combatir el ateísmo y la Congregación General XXXII definió como nuestro horizonte privilegiado aquel de la lucha por la fe y la justicia. En otras ocasiones ha sido recordada la prioridad de las comunicaciones —sobre todo de las comunicaciones de masas, etc.— la prioridad de estar con los pobres, la educación, etc.
No niego que estos y otros elencos de prioridades pueden constituir por algún tiempo un centro de unidad para los esfuerzos múltiples de los jesuitas. Pero se trata de elementos de unidad que Karl Rahner habría definido como “categoriales” y por tanto de naturaleza mutable según los tiempos y regiones. Además, ninguno de ellos puede ser practicado por igual por cada jesuita. Habrá, por tanto, quienes se sentirán “adecuados” para el tipo de servicio pastoral que hacen y otros que deberán reconocer estar un poco como en los márgenes del gran servicio de la Compañía, aunque haciendo un trabajo válido y a veces vital para el tiempo y lugar en que trabajan.
Estas reflexiones tienden un poco a relativizar la pregunta de fondo, es decir, si existe uno o más servicios prioritarios que la Compañía puede hacer a la Iglesia hoy. Por la naturaleza de ella o por la naturaleza de la Compañía, estos servicios son muchos, múltiples y multiformes, difíciles por tanto de encuadrar en un esquema categorial.
Tomar en cuenta las riquezas de las iglesias locales
Pero, a pesar de esto, querría tratar de dar al menos alguna respuesta a la pregunta puesta en el título de este artículo. La primera respuesta me viene justamente de mi experiencia de obispo. En efecto, en los últimos decenios muchas diócesis han desarrollado dinámicas internas de apostolado y caminos pastorales que hasta hace un tiempo eran atributos casi sólo de los religiosos. Por tanto, veo más que nunca necesario que la Compañía no se considere como un actor casi primario o incluso solitario, definiendo por sí misma sus prioridades pastorales, sino que se informe primero con precisión sobre los caminos de pastoral y de santidad que van emergiendo en las iglesias locales, para llevarles toda la contribución propia de espiritualidad y de competencia pastoral y cultural. Recuerdo que en los años sesenta, al término del Concilio, fui parte de un amplio organismo que tenía que revisar las prioridades de la Compañía de Jesús en Italia. Y bien, entonces no se pensó siquiera en hacer un mapa de las iniciativas ya existentes en las diócesis, sino que se procedió más bien a partir de consideraciones sociológicas que tocaban el territorio nacional y consideraban las tendencias de la cultura de entonces. Un trabajo ciertamente útil, pero no suficientemente situado en el contexto de las innumerables actividades ya entonces presentes en las iglesias locales tanto por iniciativa de la diócesis como por el aporte de otros grupos laicales o religiosos. Actividades que hoy se han multiplicado de manera exponencial.
Por eso, desearía antes que nada que la Compañía, manteniéndose siempre fiel a la promesa hecha al Papa, tome también cada vez más conciencia de las riquezas espirituales existentes en las diversas iglesias locales y de sus respectivos programas, de manera de poder colaborar sinceramente con los obispos y con los otros sujetos pastorales.
El servicio de los Ejercicios Espirituales
Hay, no obstante un servicio de la Compañía a la Iglesia que se podría llamar “trascendental”, porque es útil y necesario en todos los tiempos y en todos los lugares. Es el servicio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Servicio que no se entiende, como no es raro que suceda, como “ministerio de la Palabra” que consiste en prédicas y exhortaciones bien hechas durante algunos días de retiro a un grupo de alguna manera homogéneo. Tampoco se trata de una “escuela oración” o, como se usa más bien hoy en varios lugares, de una iniciación a la “oración profunda”, a la comunión silenciosa con la naturaleza y con Dios, a través de diversos instrumentos como la “oración de Jesús”. Todas estas formas pueden dar buenos frutos, si son rectamente entendidas, teniendo presente el documento de la Congregación de la Fe sobre la oración meditativa.
Pero los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son otra cosa. Ellos se dirigen sustancialmente a ayudar a hacer una elección cualitativa de vida o, en el caso de que ya hubiera sido hecha y no haya necesidad de ser repensada, a buscar como servir mejor a Dios en esa elección y esto en la situación biográfica siempre nueva e inédita en la que se encuentra quien inicia un recorrido por estos Ejercicios. Por eso, ellos pueden más bien ser considerados un “ministerio del Espíritu”, que consiste en la ayuda dada al ejercitante por quien da los Ejercicios para acoger la moción íntima del Espíritu Santo que sugiere lo que Dios pide de mí en este momento de mi vida.
Son dos las consecuencias de este modo de conducir al discípulo evangélico al pleno conocimiento de la llamada que le hace Dios a él aquí y ahora. Ellas están abundantemente presentes en los Ejercicios de San Ignacio.
La primera es un conocimiento profundo de la Sagrada Escritura, sobre todo de los evangelios, con la capacidad de hacer una lectura que abra al Espíritu de Dios, es decir, una “lectio divina”. Se trata de favorecer un contacto personal con la Escritura haciendo de tal modo que, como desea Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte (nº 39), “la escucha de la Palabra llegue a ser un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina que hace acoger en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y plasma la existencia.”
De aquí viene también la tarea que pesa sobre la Compañía de Jesús, que es el convertirse ella misma en “experta” de la lectio divina y de enseñarla a los fieles en toda circunstancia, haciendo de ella un instrumento privilegiado de apostolado, de acuerdo al deseo del Concilio Vaticano II (Cf. Dei Verbum, capítulo VI).
El discernimiento de espíritus
Una segunda consecuencia es la atención al “discernimiento de espíritus” (y no simplemente al “discernimiento”, como se usa decir hoy, olvidando el contexto en que nació la expresión y por eso usándola en sentido genérico y vago). Discernimiento de los espíritus es el hábito, adquirido por gracia, de reconocer fácilmente, entre las varias mociones que continuamente se suscitan en el corazón de quien vive una seria vida interior, las que vienen del espíritu bueno y que son evangélicas, de las que vienen de un espíritu no bueno, es decir que tienden a engañar, a confundir, a hacer perder tiempo, a hacer olvidar las prioridades del evangelio partiendo seguramente por el camino fácil de las lamentaciones y de la nostalgia de un tiempo pasado que ya no existe y que nunca volverá. El discernimiento de los espíritus supone que Dios tiene un plan y una misión para cada uno, como parte de su gran diseño divinizador, y nos conduce hacia la tarea que nos ha asignado en la realización de ese plan. Lo hace tocándonos interiormente, en un contacto inmediato que suscita aquel dinamismo en la Iglesia (según la designación de Karl Rahner) y que está a la raíz de una creatividad que va más allá de los mandamientos y de los preceptos y actúa en el campo de la novedad y de la gratuidad evangélica (véase su obra Das dynamische in der Kirche).
Convivir permaneciendo diversos
Si después se quieren designar específicamente algunas actitudes que el Espíritu suscita de acuerdo al evangelio y que no pueden no estar en el corazón de lo que la Compañía difunde, entonces tendremos que recordar aquella página de los Ejercicios de San Ignacio en la que expone en brevísima síntesis la “sagrada doctrina que los seguidores de Cristo deben difundir “a través de todas las situaciones y las condiciones de las personas” (cfr. San Ignacio, Ejercicios Espirituales, n. 145 y 146). Esta página me parece muy importante y actual y muy pertinente para el carisma de la Compañía de Jesús. En efecto, uno de los desafíos más grandes que estamos llamados a afrontar en nuestro mundo globalizado es el de saber convivir en el mismo territorio aun permaneciendo diversos, no sólo respecto de la cultura sino también de la religión, y esto sin encerrarnos en guetos, sin despreciarnos, sin tampoco sólo tolerarnos (lo que ya sería mucho), sino, en cambio, fermentándonos mutuamente. Con esto intento decir que no basta contentarnos con dejar al otro libre (también en la religión y la moral) con tal que el otro me deje libre a mí. Por otra parte, las condiciones culturales de no pocos países del mundo no permiten por el momento proclamar el evangelio públicamente, invitando a convertirse y a entrar a la Iglesia Católica. Esto no sería aceptado ni comprendido y produciría más bien el efecto contrario. Pero, entonces, se nos pregunta, ¿cómo podremos también en estas situaciones ayudarnos mutuamente a crecer en la autenticidad de la persona (que es deber de todo ser humano)? Encuentro la respuesta en muchas partes del Sermón de la Montaña (Mt 5-7; cfr. Lc 6, 20-49) y en tantas otras páginas de los evangelios donde Jesús invita a dejar a un lado el ansia de ganancia, la manía de la ambición y de la vanidad, el miedo al fracaso, etc. Estas y otras cosas similares, que San Ignacio resume en brevísima síntesis en el texto arriba recordado, pueden ser hechas por todos (nosotros incluidos), y aconsejadas a todos, prescindiendo de la denominación religiosa a la que cada uno pertenece. Se cumple así una obra que ya hace parte de un camino de evangelización y constituye una contribución seria al progreso del camino humano hacia la plena autenticidad. Esto tiene también la ventaja de poner la pobreza y la humildad evangélicas en el justo relieve pero sin hacer de ellas un precepto sociológico o un medio para acrecentar la propia audiencia o para favorecer la propia aceptación.
Sostengo estas cosas de gran importancia para la Compañía, de manera de poder casi hacerlas su distintivo de reconocimiento. Si ella sabe ofrecer a la Iglesia de hoy estas cosas, que están en el corazón de los Ejercicios de San Ignacio, también las otras múltiples obras, como las universidades, los colegios, las obras para la juventud, el apostolado intelectual, la opción por la fe y la justicia, las comunicaciones sociales, el compartir con los más pobres, etc., encontrarán el lugar y el modo propio de ser vividos tanto en la fidelidad al evangelio como con un crecimiento interior y exterior de la misma Compañía. De otra manera, ella hará muchas cosas pero correrá el riesgo de faltar en lo esencial y estará siempre en la búsqueda afanosa de algún signo externo para definirse, justificarse y atraer vocaciones sensibles a este o a aquel campo de acción, cediendo así un poco a aquel espíritu del mercado que caracteriza, pero no para bien, a nuestra cultura contemporánea.
Carlo Maria card. Martini, SJ.
Estimado:
Echo de menos alguna opinión propia… de aquellas de antaño, cuando cundía el tema de las elecciones. Claro, que -en fin- no tengo nada en contra de las citas.
Saludos.
Estimado Javier:
La compañia de jesus ha sido un gran aporte cultural, en nuestra sociedad by eb España, no debes olvidar que de Chile Colonial fueron expulsados por envidias intestinas de las otras ordenes y del Rey de España.
te invito a visitar mi ultimo post
saludos.
concuerdo con Piolex