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Archive for agosto 2006

Carlo Maria card. Martini, SJ.

Existen muchos servicios que la Compañía puede hacer a la Iglesia hoy. En el contexto del año jubilar, el cardenal jesuita Martini prioriza el servicio trascendental de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio considerados como un ‘ministerio del Espíritu’ de los cuales derivan dos tareas específicas para el obrar de los jesuitas.

Considerando las figuras de San Ignacio, San Francisco Javier y Pedro Fabro, impresiona la semejanza de su espiritualidad junto a la extrema diversidad de su trabajo apostólico. San Francisco Javier es el misionero itinerante que mira todo el mundo, que piensa en las grandes masas y en pueblos enteros, siempre en viaje a través de varios países y grandes continentes. Junto a él, la figura de Pedro Fabro aparece como envuelta en la sombra. También él viajó, pero dentro de confines más restringidos, sobre todo de Europa central, y su apostolado no consistió en la conversión de grandes masas, sino en una ayuda espiritual ofrecida a quien quería caminar seriamente por la vía del Señor y a los obispos y diócesis a través de un servicio más bien escondido. Luego San Ignacio, quien después de haber sido por largo tiempo también él peregrino, con la mirada siempre puesta en Jerusalén, estuvo recluido en sus últimos decenios en sus habitaciones de Roma, dirigiendo desde allí la naciente Compañía de Jesús.
Esto quiere decir que ya desde los orígenes de la Orden fue muy difícil definir de manera unívoca el servicio que prestaba a la Iglesia a través del apostolado de sus miembros. Hoy la diversidad de los múltiples apostolados de los jesuitas ha llegado a ser aun más grande. Tanto por la difusión planetaria de la Compañía como por su característica de ponerse instintivamente en los lugares de frontera, allí donde está naciendo algo nuevo. Por tanto, se me hace muy difícil, también a la luz de los tres santos de los que hacemos especial memoria este año 2006, responder a la pregunta: ¿Cuál es el servicio que la Compañía está llamada a entregar hoy a la Iglesia?
A esto se debe agregar el hecho de que, habiendo sido yo, en los últimos veintitrés años, arzobispo de Milán, no he podido seguir de cerca los desarrollos contemporáneos de la Compañía y el modo en que ella se ha puesto frente a la situación de la Iglesia y de la sociedad.
En todo caso, no han faltado en estos últimos tiempos los intentos de expresar en breves palabras y fórmulas las prioridades de la Compañía hoy. Al inicio de su pontificado, Pablo VI nos llamó a combatir el ateísmo y la Congregación General XXXII definió como nuestro horizonte privilegiado aquel de la lucha por la fe y la justicia. En otras ocasiones ha sido recordada la prioridad de las comunicaciones —sobre todo de las comunicaciones de masas, etc.— la prioridad de estar con los pobres, la educación, etc.
No niego que estos y otros elencos de prioridades pueden constituir por algún tiempo un centro de unidad para los esfuerzos múltiples de los jesuitas. Pero se trata de elementos de unidad que Karl Rahner habría definido como “categoriales” y por tanto de naturaleza mutable según los tiempos y regiones. Además, ninguno de ellos puede ser practicado por igual por cada jesuita. Habrá, por tanto, quienes se sentirán “adecuados” para el tipo de servicio pastoral que hacen y otros que deberán reconocer estar un poco como en los márgenes del gran servicio de la Compañía, aunque haciendo un trabajo válido y a veces vital para el tiempo y lugar en que trabajan.
Estas reflexiones tienden un poco a relativizar la pregunta de fondo, es decir, si existe uno o más servicios prioritarios que la Compañía puede hacer a la Iglesia hoy. Por la naturaleza de ella o por la naturaleza de la Compañía, estos servicios son muchos, múltiples y multiformes, difíciles por tanto de encuadrar en un esquema categorial.

Tomar en cuenta las riquezas de las iglesias locales

Pero, a pesar de esto, querría tratar de dar al menos alguna respuesta a la pregunta puesta en el título de este artículo. La primera respuesta me viene justamente de mi experiencia de obispo. En efecto, en los últimos decenios muchas diócesis han desarrollado dinámicas internas de apostolado y caminos pastorales que hasta hace un tiempo eran atributos casi sólo de los religiosos. Por tanto, veo más que nunca necesario que la Compañía no se considere como un actor casi primario o incluso solitario, definiendo por sí misma sus prioridades pastorales, sino que se informe primero con precisión sobre los caminos de pastoral y de santidad que van emergiendo en las iglesias locales, para llevarles toda la contribución propia de espiritualidad y de competencia pastoral y cultural. Recuerdo que en los años sesenta, al término del Concilio, fui parte de un amplio organismo que tenía que revisar las prioridades de la Compañía de Jesús en Italia. Y bien, entonces no se pensó siquiera en hacer un mapa de las iniciativas ya existentes en las diócesis, sino que se procedió más bien a partir de consideraciones sociológicas que tocaban el territorio nacional y consideraban las tendencias de la cultura de entonces. Un trabajo ciertamente útil, pero no suficientemente situado en el contexto de las innumerables actividades ya entonces presentes en las iglesias locales tanto por iniciativa de la diócesis como por el aporte de otros grupos laicales o religiosos. Actividades que hoy se han multiplicado de manera exponencial.
Por eso, desearía antes que nada que la Compañía, manteniéndose siempre fiel a la promesa hecha al Papa, tome también cada vez más conciencia de las riquezas espirituales existentes en las diversas iglesias locales y de sus respectivos programas, de manera de poder colaborar sinceramente con los obispos y con los otros sujetos pastorales.

El servicio de los Ejercicios Espirituales

Hay, no obstante un servicio de la Compañía a la Iglesia que se podría llamar “trascendental”, porque es útil y necesario en todos los tiempos y en todos los lugares. Es el servicio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Servicio que no se entiende, como no es raro que suceda, como “ministerio de la Palabra” que consiste en prédicas y exhortaciones bien hechas durante algunos días de retiro a un grupo de alguna manera homogéneo. Tampoco se trata de una “escuela oración” o, como se usa más bien hoy en varios lugares, de una iniciación a la “oración profunda”, a la comunión silenciosa con la naturaleza y con Dios, a través de diversos instrumentos como la “oración de Jesús”. Todas estas formas pueden dar buenos frutos, si son rectamente entendidas, teniendo presente el documento de la Congregación de la Fe sobre la oración meditativa.
Pero los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son otra cosa. Ellos se dirigen sustancialmente a ayudar a hacer una elección cualitativa de vida o, en el caso de que ya hubiera sido hecha y no haya necesidad de ser repensada, a buscar como servir mejor a Dios en esa elección y esto en la situación biográfica siempre nueva e inédita en la que se encuentra quien inicia un recorrido por estos Ejercicios. Por eso, ellos pueden más bien ser considerados un “ministerio del Espíritu”, que consiste en la ayuda dada al ejercitante por quien da los Ejercicios para acoger la moción íntima del Espíritu Santo que sugiere lo que Dios pide de mí en este momento de mi vida.
Son dos las consecuencias de este modo de conducir al discípulo evangélico al pleno conocimiento de la llamada que le hace Dios a él aquí y ahora. Ellas están abundantemente presentes en los Ejercicios de San Ignacio.
La primera es un conocimiento profundo de la Sagrada Escritura, sobre todo de los evangelios, con la capacidad de hacer una lectura que abra al Espíritu de Dios, es decir, una “lectio divina”. Se trata de favorecer un contacto personal con la Escritura haciendo de tal modo que, como desea Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte (nº 39), “la escucha de la Palabra llegue a ser un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina que hace acoger en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y plasma la existencia.”
De aquí viene también la tarea que pesa sobre la Compañía de Jesús, que es el convertirse ella misma en “experta” de la lectio divina y de enseñarla a los fieles en toda circunstancia, haciendo de ella un instrumento privilegiado de apostolado, de acuerdo al deseo del Concilio Vaticano II (Cf. Dei Verbum, capítulo VI).

El discernimiento de espíritus

Una segunda consecuencia es la atención al “discernimiento de espíritus” (y no simplemente al “discernimiento”, como se usa decir hoy, olvidando el contexto en que nació la expresión y por eso usándola en sentido genérico y vago). Discernimiento de los espíritus es el hábito, adquirido por gracia, de reconocer fácilmente, entre las varias mociones que continuamente se suscitan en el corazón de quien vive una seria vida interior, las que vienen del espíritu bueno y que son evangélicas, de las que vienen de un espíritu no bueno, es decir que tienden a engañar, a confundir, a hacer perder tiempo, a hacer olvidar las prioridades del evangelio partiendo seguramente por el camino fácil de las lamentaciones y de la nostalgia de un tiempo pasado que ya no existe y que nunca volverá. El discernimiento de los espíritus supone que Dios tiene un plan y una misión para cada uno, como parte de su gran diseño divinizador, y nos conduce hacia la tarea que nos ha asignado en la realización de ese plan. Lo hace tocándonos interiormente, en un contacto inmediato que suscita aquel dinamismo en la Iglesia (según la designación de Karl Rahner) y que está a la raíz de una creatividad que va más allá de los mandamientos y de los preceptos y actúa en el campo de la novedad y de la gratuidad evangélica (véase su obra Das dynamische in der Kirche).

Convivir permaneciendo diversos

Si después se quieren designar específicamente algunas actitudes que el Espíritu suscita de acuerdo al evangelio y que no pueden no estar en el corazón de lo que la Compañía difunde, entonces tendremos que recordar aquella página de los Ejercicios de San Ignacio en la que expone en brevísima síntesis la “sagrada doctrina que los seguidores de Cristo deben difundir “a través de todas las situaciones y las condiciones de las personas” (cfr. San Ignacio, Ejercicios Espirituales, n. 145 y 146). Esta página me parece muy importante y actual y muy pertinente para el carisma de la Compañía de Jesús. En efecto, uno de los desafíos más grandes que estamos llamados a afrontar en nuestro mundo globalizado es el de saber convivir en el mismo territorio aun permaneciendo diversos, no sólo respecto de la cultura sino también de la religión, y esto sin encerrarnos en guetos, sin despreciarnos, sin tampoco sólo tolerarnos (lo que ya sería mucho), sino, en cambio, fermentándonos mutuamente. Con esto intento decir que no basta contentarnos con dejar al otro libre (también en la religión y la moral) con tal que el otro me deje libre a mí. Por otra parte, las condiciones culturales de no pocos países del mundo no permiten por el momento proclamar el evangelio públicamente, invitando a convertirse y a entrar a la Iglesia Católica. Esto no sería aceptado ni comprendido y produciría más bien el efecto contrario. Pero, entonces, se nos pregunta, ¿cómo podremos también en estas situaciones ayudarnos mutuamente a crecer en la autenticidad de la persona (que es deber de todo ser humano)? Encuentro la respuesta en muchas partes del Sermón de la Montaña (Mt 5-7; cfr. Lc 6, 20-49) y en tantas otras páginas de los evangelios donde Jesús invita a dejar a un lado el ansia de ganancia, la manía de la ambición y de la vanidad, el miedo al fracaso, etc. Estas y otras cosas similares, que San Ignacio resume en brevísima síntesis en el texto arriba recordado, pueden ser hechas por todos (nosotros incluidos), y aconsejadas a todos, prescindiendo de la denominación religiosa a la que cada uno pertenece. Se cumple así una obra que ya hace parte de un camino de evangelización y constituye una contribución seria al progreso del camino humano hacia la plena autenticidad. Esto tiene también la ventaja de poner la pobreza y la humildad evangélicas en el justo relieve pero sin hacer de ellas un precepto sociológico o un medio para acrecentar la propia audiencia o para favorecer la propia aceptación.
Sostengo estas cosas de gran importancia para la Compañía, de manera de poder casi hacerlas su distintivo de reconocimiento. Si ella sabe ofrecer a la Iglesia de hoy estas cosas, que están en el corazón de los Ejercicios de San Ignacio, también las otras múltiples obras, como las universidades, los colegios, las obras para la juventud, el apostolado intelectual, la opción por la fe y la justicia, las comunicaciones sociales, el compartir con los más pobres, etc., encontrarán el lugar y el modo propio de ser vividos tanto en la fidelidad al evangelio como con un crecimiento interior y exterior de la misma Compañía. De otra manera, ella hará muchas cosas pero correrá el riesgo de faltar en lo esencial y estará siempre en la búsqueda afanosa de algún signo externo para definirse, justificarse y atraer vocaciones sensibles a este o a aquel campo de acción, cediendo así un poco a aquel espíritu del mercado que caracteriza, pero no para bien, a nuestra cultura contemporánea.

Carlo Maria card. Martini, SJ.

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En su homilía del 18 de septiembre del 2005, el Arzobispo de Santiago afirmó que “es escandalosa la mala distribución de los ingresos y, fruto de ello, también de la riqueza en un país como el nuestro, que ha hecho grandes progresos en salir del subdesarrollo”. Palabras fuertes que fueron recogidas por el aquel entonces Presidente de la República, y, luego, por todos los candidatos presidenciales. Ese mismo año marcó el inicio de una extraordinaria noticia: el cobre generaba excedentes de una enorme magnitud. Cálculos conservadores lo estiman en 1750 millones de dólares para el próximo año. Además se pronostica un buen año 2006, con un crecimiento económico sobre los cinco puntos. Es decir, no sólo tenemos una necesidad social, que se ha hecho demanda política, de atacar la desigualdad, sino que además tenemos recursos frescos para ello, sin recurrir al déficit público ni aumentar la carga tributaria de los chilenos.

Todo bien. Sin embargo, terminó instalándose el discurso, hecha decisión política, que no se podrían recurrir a esos fondos. Razones: temor a un descalabro en la tasa de cambio, incentivo perverso a un aumento del tipo de interés o amenaza de inflación. Es decir, la economía chilena no podría absorber eficientemente tamaño cúmulo de dinero. Se adujo además que con ingresos extraordinarios no se pueden financiar gastos permanentes. Se terminó decidiendo aumentar el gasto público en unos 130 millones de dólares. ¿Chilenos molestos? ¿Hay dudas de porqué?

La prudencia económica nos dice que son tan amplios los compromisos que tenemos con los pobres, las clases medias, la tercera edad, los enfermos, los desempleados, que no es viable económicamente hacerse cargo de todos ellos ni es posible hacerlo sin alterar la estabilidad financiera. Pues el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Gastar más de lo que se tiene es mala política. Endeudarse a un nivel de llegar a la insolvencia es un desastre. Elevar el salario mínimo sin que se pueda pagar por la economía, es cesantía asegurada o fraude social extendido.

Por eso, no se trata de tener que optar entre la prudencia económica de un gobierno o la demanda de igualdad de una sociedad trabajadora. Se trata de dos cosas buenas que hay que saber conciliar. Es el arte de la política. Por ello, la pregunta que surge es si verdaderamente no podemos hacer más. Si realmente estamos frente a una justa prudencia económica, o ante un radicalismo financiero que extrema los argumentos para evitar un esfuerzo más justo y exigente a la hora de invertir más y mejor en la gente.

Leo a Amartya Sen, Premio Nóbel de Economía. Este nos enseña que inflaciones moderadas y altas, como déficit públicos profundos, atentan contra una sana economía y un crecimiento sostenido y sustentable. Pero noto que habla de inflaciones del 20% o más. No del rango del 3,5 % como apuesta la clase dirigente de Chile. Sen nos recuerda que el Tratado de Maastricht acepta tener una tasa de endeudamiento menor que el 3% del PIB. Chile está apostando a fijar por ley un superávit de un uno por ciento.

¿Y si la meta de una inflación más baja no estaría nuevamente enfriando la economía en exceso, perjudicando así a cientos de miles de chilenos cesantes? ¿Cuáles son los costos sociales de subir las tasas de interés para evitar un aumento de la inflación en unos puntos? ¿Prudencia económica o radicalismo antiinflacionario? ¿Chile, debe apostar no sólo a no tener déficit – cosa que ni Estados Unidos ni Alemania se permiten-, sino que a tener un superávit? ¿Prudencia económica para vacas flacas o radicalismo financiero que no mide costes sociales? Cálculos de expertos se equivocaron en 1970 y en 1997 en estas materias, ¿no aconseja lo anterior a la humildad? No tengo certezas, pero sí como lego y ciudadano lo pregunto. Preguntas para un diálogo indispensable para el bien de la democracia chilena y su clase dirigente.

Sergio Micco Aguayo, abogado y cientista político. Vicepresidente de la Democracia Cristiana.

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Todavía resuenan en mi las lastimeras quejas de los chilenos que vieron perder a la Argentina en el mundial de Alemania. Tristes , liberando sus pasiones a favor de la república trasandina. Mientras yo pensaba ,”por qué lo hacen , pucha que tienen mala memoria “ , pero verdaderamente tenemos mala memoria , la verdad es que muchos chilenos adoran y admiran a los Che y esto no quiere decir que yo este enarbolando una bandera nacionalista y pretendiendo que cerremos nuestras fronteras al comercio con ese país , sería absurdo , estamos ligados hasta el fin de nuestros tiempos con ellos , así que tenemos que relacionarnos de la mejor forma posible , tratar de integrarnos y comerciar con ellos . Pero no podemos perder la memoria y olvidar que no son muy confiables en materia de responsabilidad contractual . Debemos dejar nuestra ingenuidad o algunos deben dejar de mirarlos con tanto cariño , solo darle una justa medida a nuestras relaciones , estrictamente comerciales y punto, en este sentido creo que la política implementada por nuestro Canciller Alejandro Foxley está bien encaminada.

En el siguiente artículo publicado en “Clarín” apelan a su buena memoria , esa que no es tal, olvidando que ellos desconocieron, entre otras cosas, un Laudo Arbitral unos años antes .

LAS QUEJAS CHILENAS Y LOS IMPERDONABLES OLVIDOS

La sociedad argentina, después de algunas idas y vueltas, eligió la memoria. Por eso el nuestro fue el único país de América que juzgó a las juntas militares y condenó a los dictadores que lo devastaron. Por eso, en estos días el horrible Julio «Turco» Simón, está siendo juzgado 30 años después de sus atrocidades.

No es lo común: no ocurrió en Brasil, ni en Uruguay, ni tampoco en España. En éste último país, tan gobernado por el socialismo, todavía pueden verse placas de homenaje a Franco y sus secuaces en infinidad de ciudades, pueblos e iglesias. Más aún: está por votarse una ley sobre las centenares de miles de víctimas del franquismo en la que se prohíbe expresamente ya no el enjuiciamiento sino la publicación de los nombres de los torturadores y verdugos. Todo en favor de la supuesta concordia que más supuestamente aún acarrearía, como una sombra, el olvido.

Pero la sociedad argentina, no. Prefiere la memoria al olvido. La verdad pura. Y quizá esa elección constituya una de sus más valerosas virtudes.

Ultimamente Chile ha manifestado su indignación contra nuestro país porque le ha aumentado el precio del gas. El Gobierno ha tomado la medida por algo bastante fácil de enten der: el gas que, a su vez, la Argentina importa desde Bolivia incrementó y mucho su precio. Pero aún siendo público todo esto, la cólera chilena se hace sentir, como si la Argentina estuviera obligada a subsidiarlo.

Pero la sociedad argentina tampoco olvida el comportamiento de Chile durante la tragedia de Malvinas. En esa guerra desigual, mientras la abrumadora mayoría de las naciones de Latinoamérica apoyaban al país y pocas se declaraban neutrales, Chile —que gobernara una dictadura no alcanza como excusa— traicionó a su vecino, colaborando con premeditado sigilo con la potencia extracontinental. Y no fue lo de Estados Unidos, que le advirtió a la Argentina que si había conflicto bélico iba a apoyar a Gran Bretaña. El que avisa…

Distinto es el caso chileno que, declarándose neutral, le cedió bases y su espacio aéreo al invasor, a cambio de aviones y misiles, todo lo cual está documentado por el historiador oficial inglés Lawrence Freedman y corroborado por jefes militares chilenos de entonces.

No se ha oído desde entonces disculpa chilena alguna. Por lo cual sería bueno que el enojo actual bajara sus decibeles, aunque fuera como desmemoriado reconocimiento a una sociedad que sí tiene memoria.

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